Hola ¿cómo estás? Gracias por estar del otro lado y tomarte un ratito para compartir este espacio.
Cuando migré por primera vez no era muy consciente de lo que estaba haciendo o lo que implicaba. Viajaba con una visa, el tiempo estaba definido. Las cosas se habían desencadenado tan rápido que, si bien sentía la adrenalina y los nervios por el viaje, no había tenido el tiempo de pensar en todo lo que podía traer. Para ser sincera, aunque hubiese tenido todo el tiempo del mundo, creo que tampoco me lo hubiera imaginado.
No recuerdo haberlo pensado como una migración. Fue más bien una cadena de sucesos que hoy, viéndolos con distancia, entiendo que eran los primeros pasos de una serie de movimientos que no implicaron sólo un lugar de destino. Tampoco trajo una nueva vida cotidiana en un lugar determinado. Sino que, más bien, fueron una serie de desplazamientos que aún sigo eligiendo cada cierta cantidad de tiempo.
Si bien cada experiencia y contexto tiene sus matices, creo que migrar no siempre significa un cambio de país y de idioma, o no solo eso. También puede traer nuevos acuerdos con lo que queremos y lo que ya no, incomodidades, incertidumbres, nuevas versiones de una misma, entre muchos movimientos más.
Este mes elegí hablar sobre migrar. Para pensar esta idea más allá del desplazamiento territorial, incluyendo todos los movimientos que iniciamos para cambiar o transformar nuestro presente de alguna forma. Migramos cuando cambiamos de trabajo, cuando nos animamos a aprender algo nuevo, cuando probamos esa comida que creímos que no nos gustaba, cuando elegimos un nuevo camino para ir a un lugar conocido, cuando transformamos alguna creencia que teníamos muy adentro, cuando nos hacemos preguntas nuevas.
En esta edición te comparto 5 cosas para que sigamos pensando y dándole lugar a nuestros movimientos.